Porque, a veces, las palabras no bastan

Preparo los bártulos para escapar de la urbe. Por fin, días de descanso: Semana Santa. Entre una cosa y otra, me dirijo intermitentemente a observar qué me cuenta tanta gente en esa jaula de grillos que se llama Twitter. Sigo un diálogo insólito por lo complejo y elevado del asunto que abordan los interlocutores: qué podemos decir de Dios. ¡Ahí es nada! El racionalista empírico niega cualquier posibilidad, la filósofa creyente señala que la Palabra hecha carne no es ajena a nuestra capacidad reflexiva, otro llama la atención sobre las huellas del artista en la descomunal obra creadora… En esas estoy, menea que te menea la cacerola de las ocurrencias cuando, de pronto, irrumpe esta foto en la pantalla del móvil.

Dos papas que rezanMás allá de lo extraordinario del encuentro entre el Papa Francisco y el emérito Benedicto XVI, por encima de su relevancia histórica, al margen de las antipatías o simpatías que puedan despertar dos personalidades tan distintas y su común ministerio, me fijo en lo más obvio: dos hombres cargados de experiencia, ampliamente formados, conscientes de la responsabilidad moral que la confianza de tantos ha depositado en ellos, vapuleados en diversas ocasiones -de una u otra manera- por las contradicciones de la vida, rezan, unidos, en un silencio cuya intensidad se toca.

¿Qué puede decir el hombre de Dios? Desde luego, es una pregunta importante. Y, sin embargo, parece que cuanto digamos será siempre un pobre intento aproximativo, escaso, prematuro, provisional: ahora vemos como en un espejo, veladamente… Cuentan que el mismísimo Tomás de Aquino, al final de su vida, después de haber elaborado una de las más maravillosas empresas intelectuales de la humanidad con esta misma pregunta como fondo, estuvo a punto de mandar quemar toda su obra. Se daba cuenta de lo pequeños que resultan la palabra y el pensamiento humano para apenas balbucear una respuesta.

Así las cosas, prefiero hoy preguntarme, mientras vuelvo a detenerme en la fotografía, ¿qué puede decirle el hombre, qué le dicen estos dos hombres, a Dios? Sería una imperdonable osadía por mi parte usurpar la sagrada intimidad de ese silencio y aventurar cualquier hipótesis. Planteada en términos generales y en la puerta misma del gran misterio cristiano de la Semana Santa, la interrogación se me hace más accesible. Ante la Bondad que es Amor, el alma humana descubre los laberintos del mal, propio y ajeno. Me acerco hasta el gran maestro de la Escuela de Santo Tomás en Leipzig, aquel que encabezaba sus composiciones con un «para mayor gloria de Dios», Johann Sebastian Bach. En una de las arias más conocidas de su Pasión según S. Mateo, la música completa lo que unas pocas, sencillas y sentidas palabras solo pueden apuntar. ¿Qué puede decirle el hombre a su Dios?:

Erbarme dich, mein Gott, (Ten piedad de mí, Dios mío,)
Um meiner Zähren willen; (y de mis buenas lágrimas;)
Schaue hier, (mira)
Herz und Auge Weint vor dir bitterlich. (mi corazón y mis ojos lloran amargamente ante Ti)
Erbarme dich! (¡Ten piedad de mí!)*

*Debo agradecer al profesor Javier Borrego sus notas para corregir la traducción

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