El aula más magna: la biblioteca

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El paseo es una actividad universitaria irrenunciable. En sus orígenes remotos, los estudiantes de aquella Ática gloriosa dedicaban una buena parte de su tiempo a dar vueltas sin un destino marcado, por el puro placer de andar y conversar… Tanto se valoró aquel sencillo ejercicio físico e intelectual que buscaron un nombre pomposo como para darle categoría solemne. De tal forma que hasta se convirtió en método pedagógico: la escuela peripatética.

Fiel a la tradición secular, confieso que acostumbro dar buenas caminatas por la Ciudad Universitaria. Activo, así, ese diálogo secreto que cada uno lleva dentro y me entretengo observando cuanto alrededor concita, fugazmente, la atención. A nadie que comparta esta práctica se le escapará que, en este entretiempo de primavera-verano, dos fenómenos trastocan el retrato más habitual del campus.

Sobre el primero, poco tengo que decir, pues es bien patente y salta a la vista (nunca mejor dicho). Como parvada de golondrinas que dan anuncio a la llegada del estío, hacen su aparición en tromba las prendas veraniegas, con gran esplendor cromático y, tan frecuentemente, con la desorbitada mengua de su extensión. Si bien los últimos coletazos invernales han interrumpido bruscamente tal festival. Han obligado a abrir armarios y recobrar abrigos.

biblioteca_llena_estudiantesEl segundo hecho es el que ahora me interesa. De pronto, esos espacios de silencio y estudio, las bodegas de los libros, las bibliotecas, se ven desbordadas por ocupantes que, como al asalto, se agolpan desde primera hora de la mañana buscando un hueco, por mínimo que sea, en el que realizar la dura travesía de una jornada de estudio. Es víspera ya de los temidos exámenes. ¡Cuántas horas de angustiosa espera, de lucha a brazo partido con esa asignatura que no acaba de fijarse en la cabeza! ¡Cuántos encuentros fortuitos, entre esquema y resumen, que terminan en un amor de verano, o pueden ser el comienzo de toda una gran historia! Parafraseando a Lope: quien estudió, lo sabe. Así fue, y así será, y así está bien.

Pero… en estos tiempos de cambios boloñeses, en que tanto hablamos de competencias u objetivos, y en el que tantas horas de discusión se pierden en darle vueltas a la última resolución administrativa, quiero poner un poco de sensatez o de nostalgia, como gustéis, y hablar de ellas: de las bibliotecas y de su relación íntima con la esencia de aquello en que consiste ser universitario. Me asusta el frecuente olvido al que son relegadas durante una buena parte del año. Me inquieta lo poco que los profesores alentamos a los alumnos a encontrarse con los auténticos maestros, cuya voz, siempre viva, está preciosamente guardada en esos anaqueles. Me desconcierta la aparente facilidad con que pensamos que, a golpe de cliqueo, podemos adquirir sabiduría.

Leer es conversar. Leer a los grandes es permitir que comiencen a contagiarnos algo de su pasión por el conocimiento, y es aprender a pensar, y comprender que pensar juntos siempre es pensar más.Por eso, hoy como siempre, la tarea más importante del profesor universitario es hacer de puente entre el aula, donde se reflexiona y discute, y la biblioteca, donde se lee. No sé si lo dice Bolonia o el lucero del Alba, pero por testimonio de muchos alumnos sé que ese es el mejor legado que como docentes podemos dejar: “usted me presentó a Shakespeare y desde entonces no me ha abandonado”.

Claro, porque si leer es “vivir en conversación con los difuntos”, esa conversación no se acaba nunca. Y porque el paseo emprendido, sin dar un solo paso, nos conduce a un camino que no tiene final.

libro vivo

Un pensamiento en “El aula más magna: la biblioteca

  1. ¡Gracias por esta entrada primaveral, Gliman! El diálogo secreto, el diálogo en la biblio (en otros tiempos eran papelillos dejados como marcapáginas en el libro del vecino o en los márgenes de los ‘vidas’), y el diálogo con los grandes maestros a través de sus letras. Y el diálogo espiritual. La vida como un largo paseo conversando… y un tinto de verano al fin. 🙂

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