Vivaldi y el síndrome postvacacional

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Pues ya estamos aquí, después de… vaya usted a saber cuantísimo tiempo. Y me cuentan que ya pasó el verano, ya pasó la fruta. Nuevo curso, en plena marcha: clases, reuniones absurdas (¿o no?), programas, cronogramas, listas de pendientes, nombres recién aprendidos y por aprender, reencuentros esperados. ¿Qué se fizo del estío? ¿Las mañanas sin apuro, qué se ficieron? Verdura de las eras, ya volaron.

Así que, reincorporados a la urbe, dicen que dijo algún experto, somos ahora víctimas del síndrome innombrable. Como que hubiéramos parido, vamos. Y uno lo nota más o menos, allá por los adentros: cierta desgana rebelde y una incierta tendencia a dispersarse por cualquier resquicio que se atisba entre tanta insólita actividad. Lo más grave es lo del sueño que, por más que transcurren los días, no hay manera de ajustarlo. «Me dediqué a perderte», se lamentará el búho, noctámbulo y nictálope, a golpe de bolero, robándole el verso al Fernández junior.

Confesión. Nuevo padawan en pantuflas, acudo hasta mi Maestro Jedi en busca de consejo. Ayudarme podría, estoy seguro. Y la intuición no yerra… en este caso. «Concédete quince minutos diarios de abandono galáctico». Allá que voy. Y entonces aparece il Prete Rosso, con su larga melena, violín y arco en ristre, vital y pendenciero como lo pinta la leyenda y lo inmortalizó Carpentier (en su Concierto barroco), pero también sublime y sobrecogedor cuando debía serlo, como en la música que hoy os traigo a modo de bálsamo y antídoto de todos los pesares.

Ospedele_della_PietaHay que situarse un poco. La Venecia de comienzos del dieciocho debió de ser un vergel musical difícilmente imaginable. Algo así como el Nashville americano de la segunda mitad del XX, salvando las distancias por supuesto (que nadie se me enfade). El caso es que en aquel célebre hospicio al que el sacerdote y músico dedicó buena parte de su vida y energías, el Ospedale dela Pietá, surgieron algunas las piezas más maravillosas que inundaron musicalmente la vida de la ciudad de los canales. Ciertamente, durante mucho tiempo, el nombre de Vivaldi estuvo asociado a la obra instrumental (mucha de ella compuesta para ser interpretada por sus jóvenes alumnas). Sin embargo, el desarrollo de los estudios históricos y la creciente aparición de formaciones «de época» ha permitido ir descubriendo, de modo paulatino, el monumental legado coral y operístico de este monstruo del barroco.

Portada NisidominusDe entre ese caudal, podemos distinguir un conjunto de obras de carácter sacro, en las que Vivaldi nos permite apreciar un hondo sentido espiritual donde la habitual energía y sensualidad de su música parece contenerse para abrirse a una dimensión más serena, profunda y meditativa. Como indicaba Juan Ángel Vela del Campo, estas composiciones bastarían: para poner en tela de juicio la falsa religiosidad de Vivaldi, pues son todas ellas de un recogimiento y un tono de espiritualidad confidencial verdaderamente conmovedores. En todo caso, a Vivaldi le puede pasar como a lord Byron -«yo me siento más religioso un día de sol»-, que se enfrenta a las cuestiones del alma sin perder la compostura. Ni la alegría.

Tal es el caso del pasaje «Cum dederit», perteneciente a su Nisi Dominus (RV 608), obra en la que pone música al salmo 126. El texto bíblico, en el que se aúnan la lección sapiencial y la expresión poética, subraya en su primera sección la vacuidad de los afanes humanos cuando no van acompañados del sustento divino: 1 Nisi Dominus ædificaverit domum, in vanum laboraverunt qui ædificant   eam. 2 Nisi   Dominus custodierit civitatem, frustra vigilat qui custodit eam. 3 Vanum est vobis ante lucem surgere :   surgite postquam sederitis, qui manducatis panem doloris.

JarousskyTras tan dura admonición, uno no puede evitar caer en ese desasosiego, producto de la hiperactividad que suele caracterizar nuestros días. Algo así como verse pedaleando, ridículamente exhausto, sobre un inmenso vacío. Es en ese instante cuando hace aparición la frase que conecta a las dos mitades del salmo, y que nos rescata del descalabro anterior. «Cum dederit…». Reconozco mi sorpresa: ¡que un texto tan serio, tan solemne, tan sagrado venga a decirnos con rotunda certeza que el sueño es un regalo de Adonai! Qué cosa más humana: Cum dederit dilectis suis somnum (pues [el Señor] dará el sueño a los que ama). Ya tenemos oración para los insomnes, que estos días debemos de ser legión.

Y a continuación algo verdaderamente hermoso, que viene cargado de ese sabor a tribu que acompaña a los textos veterotestamentarios: además del sueño, el Dios de Israel reserva otro inmenso regalo: el milagro de la transmisión de la vida, la llegada de los hijos. Sueño y vida prolongados: 4. Ecce hæreditas Domini, filii ;   merces, fructus ventris (esta es la herencia del Señor: los hijos; el don, el fruto del vientre).

Doy fe, después de este verano y la ruidosa y alegre compañía de los sobrinos (al que Dios no le da hijos…); después de ir viendo la embobada cara de mis amigos a los que les van llegando últimamente estos dones del cielo… Pero lo dice mejor Vivaldi y lo canta, como los ángeles, Jaroussky. Así que buenas noches y dulce sueño.

 

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