Más de mes y medio de silencio… y a este rincón ya lo estaban cubriendo las telarañas, aunque no vi ningún ejército de homigas en hilera trepando por sus entradas. Vuelvo a la carga y hago un doble propósito: mayor frecuencia, menor extensión. Me sopla un amigo que ese es el principio básico para que un blog funcione. Está bien, le haremos caso, porque es amigo y porque tiene razón.
En las clases también hemos vuelto: con Homero, de donde uno en realidad nunca se marcha. El más célebre de los nostoi, esos relatos del retorno, centra mi atención (y la de los alumnos, espero…), durante estos días. Y es verdad que cada lectura trae cosas nuevas.
Hoy que vuelvo, me quedo con la primera imagen de un héroe, el «prota», que se hace esperar por los suyos y por el lector: hay que atravesar los primeros cuatro cantos para encontrárnoslo cara a cara. Entre tanto, toda una diosa, la de los ojos zarcos, nos deja su imagen para que la retengamos y para mover al Padre cronida, Zeus, a cambiar el curso de los acontecimientos:
Se me parte el corazón a causa del prudente y desgraciado Odiseo, que, mucho tiempo ha, padece penas lejos de los suyos, en una isla azotada por las olas, en el centro del mar; isla poblada de árboles, en la cual tiene su mansión una diosa, la hija del terrible Atlante, de aquel que conoce todas las profundidades del ponto y sostiene las grandes columnas que separan la tierra y el cielo. La hija de este dios retiene al infortunado y afligido Odiseo, no cejando en su propósito de embelesarlo con tiernas y seductoras palabras para que olvide a Ítaca; mas Odiseo, que está deseoso de ver el humo de su país natal, ya de morir siente anhelos. ¿Y a ti, Zeus olímpico, no se te conmueve el corazón? ¿No te era grato Odiseo cuando sacrificaba junto a las naves de los argivos? ¿Por qué así te has airado contra él, Zeus?
Estos pocos versos bastarían para alimentar la imaginación y la reflexión durante años. Sobre la marcha apunto impresiones rápidas. La fuerza de la palabra que remueve y mueve a actuar: Atenea dibuja el cuadro y lanza como dardos las tres interrogaciones finales que golpean al padre de los dioses y, por supuesto, al lector. La posibilidad de que toda una diosa pierda la cabeza por un pobre mortal y esa deformación del amor que se transmuta en pulsión posesiva, incapaz de asumir la libertad de quien se ama. Y, por encima de todo, la tristeza y el deseo del héroe expresados con tanta intensidad por una imagen sencilla: ver el humo de su país natal (lo primero que otearía y olería el navegante al aproximarse a aquellas costas, la señal de que al fin se está cerca de casa).
La biografía tejida y destejida de salidas y retornos. Salir para extraviarse y aprender y transformarse. Volver para encontrarse y reconocer y saber lo que se ama y quién nos ama.
«La biografía tejida y destejida de salidas y retornos. Salir para extraviarse y aprender y transformarse. Volver para encontrarse y reconocer y saber lo que se ama y quién nos ama». Me viene que ni al pelo. ¡Grande!
Tengo algo interesante sobre Ítaca, a ver si lo busco.
«Esa deformación del amor que se transmuta en pulsión posesiva, incapaz de asumir la libertad de quien se ama…»
Grande, Gli, siempre grande. (En Teleco también andamos viajando con el varón de multiforme ingenio… ^_^ )
Candelaria y Maremaris: ¡gracias por vuestros generosos comentarios!