Se acaban de cumplir dos años de la muerte de Henryck Górecki (Czernica, 6 de diciembre de 1933 – Katowice, 12 de noviembre de 2010). Con este motivo, rescato un artículo que escribí para la revista Debate Actual. Es mi homenaje particular a uno de los grandes compositores del siglo XX.
Preludio
Hay cosas que no se deberían grabar; Celibidache lo tenía muy claro…Menos mal que algunos de sus más fervientes seguidores no le hicieron caso en este punto. Así podemos hoy, a más de diez años de su muerte,vislumbrar algo del genio arrebatado y preciso que comparecía cuando el maestro se encaramaba sobre la tarima y tomaba las riendas de una batuta prodigiosa. Pero el fondo de su negativa a ser enlatado resulta, hoy, más que vigente. Una protesta contra la banalización generalizada y la enfermedad del consumo.
Al concluir el movimiento Lento-Cantabile semplice –un éxtasis en La mayor– con el que se cierra la Sinfonía de las Lamentaciones, la tercera de Górecki, he creído entender una vez más el planteamiento obstinado del rumano. La música penetra el tiempo y hace el espacio denso: los traspasa, los tensa, los dispara, ¿los disipa? Palabras, torpes, para intentar señalar el asombro. Celibidache entendía cada interpretación como un acontecimiento. No es cualquier cosa. Acontecimiento, no en el sentido de esa espuma de la historia, despreciada por Braudel. Descubrimiento, revelación en el momento único, irrepetible, de una presencia que es real, que se esfuma y, en el silencio, busca permanecer… Música callada.
1º Marcia Trionfale… ma non troppo
El éxito arrollador de la publicación de esa tercera sinfonía por el sello Elektra, en 1992, constituye todo un hito en la historia discográfica de la música clásica contemporánea. De pronto, un compositor, hasta entonces conocido sólo en los pequeños círculos de iniciados, resultaba encumbrado a la gloria de los autores más vendidos: más de un millón de copias y un disco de oro, otorgado por la BPI. Como cuenta Adrian Thomas, en una monografía dedicada al músico polaco, las redacciones de los diarios se preguntaban asombradas quién era ese tal Górecki. Quizás lo más curioso del caso lo constituya el hecho de que la sinfonía había sido estrenada bastante tiempo atrás (1977): su primera grabación tuvo lugar un año después y recibió una crítica fría y desencantada. El profesor Luke Howard se ha interesado por este lento proceso de recepción y ha destacado cómo, en un primer momento, la opinión ilustrada evaluó de manera muy desdeñosa la obra: para algunos, Górecki se había alejado lamentablemente del impulso vanguardista que había caracterizado a composiciones anteriores; para otros, sus tres movimientos podían interpretarse como una insufrible reiteración de tres motivos antiguos, prolongados hasta la saciedad.
Lo cierto es que el descubrimiento de sus valores expresivos y de la fuerza del lenguaje musical empleado tuvo que llegar por vías –digámoslo así– poco ortodoxas. Primero fue el cine, la película Police de Maurice Pialat se sirvió de su tercer movimiento en los créditos finales. Este uso cinematográfico se multiplicaría tras el éxito: Sin miedo a la vida (Fearless), en 1993; Basquiat, de 1996; y Amar la vida (Wit), en 2001. Después, la banda británica Test Dept acudiría a ella en varios conciertos, para manifestar su apoyo al movimiento Solidarnosc (al que Górecki estuvo muy ligado). Pero, como ha sido frecuentemente comentado, algo que escapaba a lo previsible ocurrió cuando la London Sinfonietta, bajo la dirección de David Zinman, lanzó su registro al mercado. ¿Quizás había dado Górecki con alguna clave especial para recuperar el puente perdido entre la llamada música culta y el gran público? Si es así, ¿en dónde residía el secreto?
Lo primero que se debe advertir es que el afortunado encuentro no fue el fruto de una estrategia planificada. Por encima de las suspicacias de parte de esa crítica entendida, que ha mantenido un tozudo rechazo frente a su evolución musical, cabe notar que la tercera sinfonía, como el conjunto de su trayectoria creativa, respira autenticidad. El propio compositor declaraba en una entrevista con Bruce Duffie, en el año 1994:
Yo no elijo a mis oyentes. Lo que quiero decir es que nunca escribo para mis oyentes. Sí que pienso en mi público; pero no compongo para ellos. Yo tengo algo que decirles, pero ellos deben también poner algo de esfuerzo en ello. Sin embargo, nunca he escrito para un público, y nunca lo haré; porque tú tienes que darle algo al oyente y él tiene que hacer un esfuerzo para poder comprender ciertas cosas.
El nexo llegó sin buscarlo. Lo que sí ha buscado Górecki, de manera obsesiva, desde sus primeras composiciones (Epitaphium, de 1958; la 1ª Sinfonía, 1959; y el deslumbrante Scontri, de 1960), es esa fórmula mágica que sabe aunar expresión y precisión constructiva. Su lenguaje ha ido cambiando en una continua exploración de las formas y las materias: serialismo, sonorismo, minimalismo, primitivismo y, con éste último, la incorporación de la voz y de la palabra humana. Una palabra que, fusionada indisolublemente al tema musical, alcanza ese sentido de esencialidad en el tiempo, proclamado por la máxima machadiana.
El musicólogo polaco, Krzysztof Droba, ha insistido en el papel decisivo que cumplen en esta fase dos factores: de una parte, la recuperación de elementos tradicionales (“sonidos de un timbre determinado y articulados de manera tradicional”) y por otro, el mayor peso de la voz con “temas melódicos simples”. En esta última transformación, que comienza a apuntarse ya en sus Tres piezas en estilo antiguo (1963), pasa por Música antigua polaca (1969) y se consolida con Ad Matrem (1971), parece encontrar Górecki su estilo definitivo.
Sencillez, sonoridad, modulación, tensión y equilibrio… Todo esto se reúne y se pone al servicio de una expresión honda, desgarrada en ocasiones, serena, anhelante. Siguiendo a Droba y dirigiendo nuestros oídos a la monumental Sinfonía de la Lamentaciones, encontramos la apertura de perspectiva que supone la entrada de la voz. De un cierto inmanentismo vanguardista, en el que –si se puede hablar así– el sonido se repliega sobre sí mismo, se experimenta y se conoce; recalamos ahora en un retorno hacia el mundo, al que acompaña un encuentro con la dimensión de lo sagrado: el puente, en buena medida, es la palabra.
No hace falta conocer la anécdota sobre la letra que sostiene el segundo movimiento para captar su hondo sentido. Las palabras escritas por una chica de dieciocho años en el muro de una cárcel de la Gestapo, en Zakopane, conmovieron al compositor. Esa conmoción es la que se traslada al lenguaje musical e impregna toda la obra:
Madre, no llores, no, la más pura Reina de los Cielos, apóyame siempre. Dios te salve, María, llena eres de gracia.
El primer movimiento, mucho más largo, y el tercero contienen una misma historia. Aquel recoge una pieza piadosa que data del siglo XV (un lamento puesto en boca de la Virgen, ante la pasión de su Hijo). Este retoma un tema folclórico, en el que una madre se duele por la pérdida de su retoño, caído en un combate contra el invasor.
Górecki ha insistido en trascender las circunstancias concretas. No se trata de una sinfonía que reivindique a las innumerables víctimas de la II Guerra Mundial. Tampoco pretende ser, como otras de sus creaciones, una oración mariana. Por supuesto, puede haber quien lo interprete así. Pero el músico polaco ha querido expresar un desgarro primordial, intensamente contenido en la fractura del vínculo más original (madre-hijo). Es, ciertamente, una lamentación prolongada. No hay rencor en ella. Reverbera de trasfondo una esperanza… Voy más allá: en la oscura noche del dolor, se hace presente el fulgor de un conocimiento hondo. Somos carencia y requerimos consuelo. Redención