Retratando a Antígona… con palabras

Cada personaje se presenta como una propuesta. Además de provocar en nosotros identificación o distanciamiento, las figuras que encarnan los actores o que se nos vuelven accesibles a través del relato de un narrador, piden ser «completadas», interpretadas. Dicho de otro modo, un mismo personaje adquiere tantas caras como lectores o espectadores tiene.

En clase de GLI hemos invitado a Antígona y a su hermana, Ismene, a un muy particular estudio fotográfico. Así han retratado a las dos princesas tebanas los alumnos de 1º de Comunicació Digital.

Cuando el valor se hizo carne (Mariano Gómez Labrador)

Y entonces apareció ella, sí, llegó de repente. Como cuando entiendes una fórmula matemática: la misma sensación. Penetra en tu mente y la guardas para siempre. Hablo del personaje más carismático que se ha topado conmigo. No la he tratado personalmente, pero podría describírtela con la misma familiaridad. No lo haré exactamente, no merece la pena; tienes que conocerla tú. Es un ser con el que deberías contactar directamente: ver sus actos, descubrir sus pensamientos.

Pero sobre todo tienes que entenderla. Debes hacerte cargo de su situación, sus emociones, su sufrimiento. Sí, ella también sufre, ¿acaso los héroes no tienen derecho a hacerlo?  Todo el mundo lo pasa mal, pero ella se diferencia de los demás, tiene un amor propio que no convierte su sufrimiento en una forma de vida, sino que lucha contra él. Lucha por todo lo que quiere: por el bien, por sus ideales, por cuanto merece la pena pelear. Así es ella. Los principios éticos y morales están por encima de todo.

A lo largo de la historia ha sido un modelo a seguir, una figura que copiar. Muchos autores se han inspirado en ella para crear nuevos personajes, o han encontrado aliento al acometer sus propias acciones, para demostrar que luchar por un buen fin merece la pena.

No es un mero personaje, es un estilo de vida, una fuente de inspiración. La valentía personificada. Ella es Antígona.

Un corazón de fuego (Lucía Merino)

El personaje de Antígona, en la obra de Sófocles, es presentado como una mujer rebelde capaz de enfrentarse al poder, en este caso, su tío Creonte. Al morir su hermano Polinices, después de que el nuevo rey mande que se le trate como a un traidor y que se deje su cuerpo sin sepultura a las puertas de la ciudad, Antígona se opone rotundamente al edicto y, además, intenta involucrar a su hermana Ismena para que haga lo mismo.

En la primera conversación con Ismena, Antígona apela a la nobleza de su familia y a la generosidad de su hermana para convencerla de que la ayude. Esto muestra rasgos característicos de su personalidad: la valentía, el sentido del honor y el amor por la familia. La protagonista afirma que no le importa rebelarse contra el poder y que no teme las consecuencias que ello pueda conllevar. Antígona es una mujer “adelantada” a su tiempo, capaz de infringir la ley por amor a su hermano. Valiente también, por no temer las represalias, y segura de sí misma, pues aunque su hermana Ismena le niega la ayuda que ella le pedía, se mantiene en su idea y objetivo principal. Es una mujer tenaz: a pesar de que todo esté en su contra, no permite que el miedo la atenace.

Hay una frase muy reveladora: “Tú, si te parece, desprecia lo que para los dioses es lo más sagrado”. Estas palabras permiten ver al lector que Antígona tiene, además, una preocupación de carácter religioso. Al querer dar sepultura a su hermano, junto al cariño fraternal, ella menciona la necesidad de cumplir con un deber sagrado para no sufrir la ira de los dioses por despreciar los ritos funerarios de la época.

Su hermana le pide que guarde en secreto la acción que va a llevar a cabo. Antígona le responde que vaya a contarlo, que lo haga público, que no tiene miedo. El corazón de la protagonista es de fuego, como dice Ismena. Y el espectador, en efecto, percibe que es muy impulsiva, que lleva a cabo sus actos según sus emociones, sin calcular las consecuencias que puede sufrir ella misma o los que la rodean.

Sófocles quiere dotar a Antígona de la personalidad propia de una heroína y, al hacerlo, le otorga unos rasgos que sorprenden por mostrarnos a una mujer sumamente avanzada respecto a su época. En la Grecia clásica, las mujeres estaban relegadas a un papel secundario. Antígona desafía a Creonte (y con ello las leyes de su ciudad) y, como consecuencia, provoca su destino.

Antígona, ¿estás ahí? (Blanca Martínez)

Temprano, muy temprano. A esas horas de la mañana, ni me reconozco en el espejo. A esas horas salgo a la calle y miro sin ver, quizás es que no quiero ver. No quiero ver la rutina en sus rostros, el cansancio, la melancolía… tal vez desean estar en otra parte, en otro tiempo. Pero qué sabré yo nada.

Entonces llego a clase, leo Antígona y me pregunto: ¿me parezco a ella? Desde luego, lo desearía. Desearía tener su valor, tener tan claros mis principios, desearía no tener miedo. Pero, si ahora no soy Antígona, ¿cuándo lo seré? Es ahora cuando debo actuar con cierta osadía, cuando debo tomar decisiones, cuando puedo desobedecer y hacer frente a una sociedad que nos convierte en personas que no queremos ser: es ahora cuando tengo que darme cuenta de que soy dueña de mi destino.

El día finaliza y vuelvo a verlos con las mismas caras: no quiero ser como ellos. Quiero ser fuerte, luchar por conseguir lo que me proponga, amar tanto a una persona como para arriesgar mi vida por ella. Quiero ser diferente, como el personaje creado por Sófocles. Cuando llego a casa, ya no me veo en el espejo de la misma forma, sé cómo soy, sé que estoy en el momento y en el lugar adecuados y, aun así, no puedo evitar tener dudas. Miro mi reflejo. Me pregunto lo que probablemente ellos han dejado de preguntarse, quizás porque no quieren, quizás porque no se atreven. Se trata de algo muy sencillo. Una pregunta que no debo ni quiero olvidar: «Antígona, ¿estás ahí?»

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