Sergio García regala al blog esta magnífica reseña sobre un libro que nos ayuda a entender esa goma de borrar con que se van difuminando poco a poco los recuerdos. Para leerla os propongo una música de compañía, la banda sonora de la película Arrugas, compuesta por Nani García.
Autor: Pedro Simón
Libro: Memorias del alzheimer
Editorial: la esfera de los libros
Año: 2012
Número de páginas: 286
Quien conozca a Pedro Simón ya sabe qué tipo de textos es capaz de construir. Ya sabe qué es la nouvelle cuisine de la literatura, ya conoce ese olor que se desprende al mezclar contenido humano con metáforas de la vida y ese sabor de la poesía que no rima. Un capricho literario para endulzar la mente. Un algodón de azúcar prosaico que se derrite en el paladar con las primeras frases. Para algunos puede resultar empalagoso, para otros es una forma de endulzar con palabras una realidad en ocasiones amarga.
Pedro Simón en Memorias del Alzheimer nos descubre una realidad y su crudeza desde un punto de vista literario. Una tesis doctoral sobre esta enfermedad a modo de cuento. El libro bien podría estar presente en las estanterías de la biblioteca de medicina y en las de cualquier facultad de letras. Una obra para ayudar a los familiares de los afectados por la enfermedad a caminar por el oscuro camino del olvido y para abrir una ventana y mostrar qué es el Alzheimer, cómo es ese bosque que poco a poco se va talando hasta convertirse en un terreno árido, desolado, silencioso.
Este libro ha sido fruto de un olvido coral, de una desmemoria inventariada y de veinte puentes tendidos, escribe Simón en los agradecimientos, página en la que a muchos nos gustaría decirle: “A ti, Pedro, a ti”. El escritor y periodista describe esta enfermedad como una escalera de caracol que va para abajo. No hay ascensor, ni vuelta atrás, y Simón nos muestra la situación desde fuera, pero con personajes de dentro, que descienden por la escalera, que acompañan en esa travesía o que ya la han bajado hasta sumirse en un profundo y eterno, dicen, descanso.
Hablar de los políticos a día de hoy es sinónimo de conflicto. Hablar de un político pretérito es volver a abrir heridas que en este país siguen abiertas y en las que tanto nos gusta hurgar. Hablar de Pasqual Maragall es mirar a Cataluña, es mirar a unos ojos que se dieron cuenta de que vislumbraban el principio del fin de su propio olvido. Acontecía a veces que el título de la novela que estaba leyendo se le escurría de la memoria como gelatina entre los dedos. Sucedía fugazmente en ocasiones que el nombre de aquel amigo cercano pasaba a ser un jeroglífico escondido bajo siete candados. Ocurría solo un instante que aquella dirección se tornaba de golpe la más cruel de las adivinanzas. Se asomaba a aquella fotografía de grupo mil veces vista y, de repente, zas, era como estar descifrando los posos del café.
Y como café hirviendo se vertió el Alzheimer sobre la memoria de azucarillo de aquel presidente de la Generalitat. La enfermedad se veía de lejos, daba pequeñas pistas. Tonterías, despistes. Eso pensaba la familia. No es que no quisiesen ver la realidad, simplemente es que esta no se manifestaba de repente, de un día para otro. No pasa del blanco al negro en un chasquido, hay un interminable y fatigoso gris de por medio. O no. Quizá el Alzheimer sea como la muerte, que es más sufrida por los seres queridos que por el propio muerto, ya que el enfermo no agoniza. Dicen que caminar, bailar, amar, jugar y disfrutar de la vida ayuda a superar las dificultades. Pienso seguir haciéndolo. Esto dijo Maragall cuando su vida comenzaba a teñirse de gris.
Otra mirada al pasado de España, a ese pasado que, según el dicho, fue mejor. Una mirada a Adolfo Suárez, un reflejo de lo que fue. De aquel joven franquista, solo queda una trémula cara al sol. De aquel secretario general del Movimiento, queda esta consejería de la Quietud. De aquel presidente de la primera democracia, queda esta última dictadura. Adolfo Suárez es, a día de hoy, incapaz de reconocerse en su hijo, incapaz de reconocer al rey, a España. Un pedacito de nuestra historia se ha perdido en el eco de su cerebro y Pedro Simón lo reelabora con el cariño que empeñaría la familia más allegada.
Memorias del Alzheimer es la goma de borrar con que se van difuminando poco a poco los recuerdos. Es enfrentarse al vacío de sentir el abrazo de una persona y no saber quién es porque la mente ha decidido no recordar a un hijo. Este libro son doce vidas marcadas por la enfermedad y explicadas por primera vez. Doce personas de los siete millones que sufren este mal. El Alzheimer es la cuarta causa de muerte del país. El 77 % de los enfermos son mujeres. El 2 % de los que padecen esta dolencia lo han heredado, el resto es un balazo de la ruleta rusa de la vida.
El libro también refleja cómo un escultor fue dejando de recordar la vida cincelada a cincelada. El artista sabía que tenía su obra en más de veinte museos. Luego que en quince, más tarde en catorce, diez, tres, dos, uno y la memoria se desconectó. A Eduardo Chillida los recuerdos se le encasquillaron en un punto de no retorno y la muerte le tendió la mano una tarde de agosto de 2002. En la obra sus familiares narran, especialmente sus hijos, la germinación de esa planta devoradora de recuerdos y el propio Chillida nos deja una frase para recordar: Un hombre tiene que mantener el nivel de la dignidad por encima del nivel del miedo.
El alzheimer es ese escenario vacío, sin público, a oscuras. Es el último acto de la obra, el más importante, y es el olvido repentino. A Tomás Zori se le apagaron las luces en medio del espectáculo y la muerte bajó el telón. Dicen que reír alarga la vida, Zori, si bien no pudo alargar la suya, lo hizo con la de su público hasta que una de esas bromas pesadas del destino le marcó para siempre, hasta el final de sus días. Sin saber por qué. Sin saber qué. Sin saber.
Pero dejemos a Pedro Simón que describa esta enfermedad, él mejor que este servidor: El alzheimer es este libro entero con las páginas en blanco. Con su tapa dura y sus últimas biografías escritas en papel de fumar. Pero en blanco. Una obra borrada que solo descifra la lectura en braille de los otros, usted y yo, que estamos igual de ciegos.