Un terremoto musical de 19 años: Shostakovich y su 1ª Sinfonía

La primera sinfonía de Shostakovich en el concierto de la ORTVE

Estamos acostumbrados a escuchar música en todo lugar y situación. Confieso que muchos días comienzo mis andanzas matutinas acompañado por lo que la radio me ofrece… Y sí, hasta hay ocasiones en que tarareo o berreo en la ducha. Con la misma franqueza, me atrevo a denunciar mi aversión al hilo musical que tiene por costumbre aturdir una tarea ya de por sí penosa: el aprovisionamiento semanal de víveres en el supermercado de turno. Lo odio. Me espanta. Me deprime.
Digo todo esto porque nada tienen que ver esos encuentros fortuitos, más o menos fugaces, con la experiencia única de asistir a una sala de conciertos. El tiempo se detiene y, como decía el gran Fray Luis, “el aire se serena y viste de hermosura y luz no usada”. Más aún cuando la música que se ofrece, al margen de estilos o de épocas, es el fruto de un esfuerzo compartido, veraz y exigente, por parte del compositor y de sus intérpretes.

Tacos con vodka: un collage eslavo-mexicano


Abro así la sección del blog Con la música atrapArte, conmovido todavía por el concierto al que tuve la suerte de asistir el pasado viernes. La Orquesta Sinfónica y el Coro de RTVE se enfrentaban a un menú que combinaba las obras de Markevich, Shostakovich y Borodin con las de los mexicanos Revueltas, Chávez y Contreras. Una mezcla sorprendente de entrada y que, sin embargo, quedó perfectamente ensamblada en sus dos tiempos. Los músicos respondieron a la enérgica y minuciosa lectura del director, Carlos Miguel Prieto: tanto las voces como los instrumentos transmitieron al público un surtido de matices que pasaron por la brillantez deslumbrante de Borodin y Chávez, la sugerencia envolvente de Markevich, el suave lirismo del romance de Contreras (deliciosamente interpretado por la soprano Ursula Bardlowska) y el tono desenfadado y popular de los Corridos o de algunas secciones de Janitzio (la obra de Revueltas).
Ojalá hubiera tiempo y tuviera yo la capacidad para hablar en detalle de cada pieza. Quizás de esa manera se pudiera comprender mejor el efecto de contagio colectivo que produce una audición cuando se cuidan con esmero los detalles. Cuando desde la batuta se consigue concertar un cuadro tan amplio de voces de forma que haya unidad y, al mismo tiempo, se distinga lo que cada uno aporta: arte del contraste y del equilibrio. El público respondió a esa corriente comunicativa y pudo vibrar emocionalmente. El mejor modo de comprobarlo, sin duda, es escuchando. Así que aquí dejo el enlace al podcast de RNE.

Música que encoge el corazón

Y hecha la presentación del concierto, quisiera dedicar este blog a comentar una obra que me ha llegado de manera muy especial: la primera sinfonía de Dimitri Shostakovich (San Petesburgo 1906 – Moscú 1975). Debo comenzar señalando que era la primera vez que la escuchaba. Puedo asegurar que me ha producido tal sacudimiento interior que, a lo largo del fin de semana, he vuelto a ella reiteradamente. Si en un momento inicial quedé noqueado por el patetismo hondo del tercer movimiento, ahora estoy en condiciones de atender al conjunto. Tal vez sea esto lo primero que se deba destacar: el arte de componer, de “armar” un todo tan complejo que, no obstante, guarda tan cerrada unidad.
¡Con solo 19 años! Un joven Dimitri, que terminaba de cursar sus estudios musicales en el conservatorio, ofrecía esta primera sinfonía como su ejercicio de graduación. Impresionante en muchos sentidos: por la exigencia de la orquestación, por lo arriesgado del tratamiento armónico y estructural que se da a los temas que van apareciendo, por la audacia en la combinación de tiempos y temperamentos, por la madurez intelectual y emotiva que nos permite vislumbrar… No es extraño que su estreno en 1926 deslumbrara al panorama musical ruso.
Paradójicamente si tenemos en cuenta la persecución que sufriría posteriormente Shostakovich, al ser catalogado entre los compositores “formalistas” y “decadentes”, los círculos oficiales vieron entonces como una promisoria aparición el triunfo de este compositor. Pensaban que podría llegar a encarnar musicalmente los valores de la nueva República, recién salida de la revolución. ¿Quién podría advertir entonces el camino de sufrimiento que le esperaba a nuestro autor con el advenimiento del estalinismo?
[Sobre la polémica desatada en torno a su figura y su particular lucha para mantenerse fiel a sus convicciones puede consultarse aquí. El testimonio de Galina Vishnevskaya, recreado en este blog, da buena cuenta de la terrible experiencia vivida por el compositor durante los “años de plomo” y aun más tarde].

Una sinfonía en tres partes

Con el objetivo de que cada uno recorra de forma particular el trayecto musical que la obra propone, dejo aquí unas notas rápidas, hechas a vuelapluma, que quizás puedan servir de guía. Utilizo, como viñetas sonoras, fragmentos de la grabación que emitió RNE. La lectura de Carlos Miguel Prieto y la orquesta está marcada, como he intentado subrayar, por un cuidado exquisito de los matices y planos. Así que considero que nos da una magistral pauta para que cada uno ahonde en su riqueza.
Hablo de tres partes fundamentales en la sinfonía, aunque esté estructurada en cuatro movimientos. Lo hago por dos motivos: entre el tercero y el cuarto no hay solución de continuidad y además, en mi opinión, este último es una suerte de fusión resolutiva de los tres anteriores.

En el primer movimiento, como una especie de obertura preparatoria trompeta y maderas introducen un tema que se tambalea entre burlesco y dubitativo:

Y que terminará transformándose en una marcha con guiños circenses: la crítica ha señalado la posible relación entre esa aproximación a la música de vaudeville y el trabajo de Shostakovich como pianista, acompañando a las películas que se proyectaban en el cine:

A este tema le va a acompañar, a lo largo del movimiento, el contraste de una danza grácil, liviana. Un vals que se eleva desde la flauta y que van recogiendo las cuerdas y el clarinete, hasta llegar a los metales.

Los dos motivos van a alternar a lo largo del movimiento, compartiendo zonas de transición. Tras una ráfaga explosiva, Shostakovich recupera el inicio balbuceante y la música se va apagando hasta desvanecerse.
El segundo movimiento comienza con un vertiginoso scherzo que nos lanza en una frenética fuga reforzada por las escaladas del piano.

Pasamos después a un momento de cierta serenidad que se quiebra, retomando el vuelo inicial, hasta llegar al clímax casi épico de gran sabor local.

Los acordes del piano ponen fin al desbordamiento brillante y la música parece como si se fuera deshilando en la combinación conclusiva de este con cuerdas y vientos.

El tercer movimiento es de una belleza y un patetismo sublimes, pero sin estridencias, contenido. La música va empujando sin violencia pero de forma irremisible hacia una herida original. Pocas veces toca uno un fondo de tristeza que llegue tan adentro. El tema lo inicia el oboe y la intensidad del dolor va creciendo con la entrada del chelo, hasta adquirir un aire de marcha fúnebre (marcado por el redoble de la caja). Os dejo los primeros tres minutos para que juzguéis por vosotros mismos. Las palabras sobran.

Sin más transición que la presencia breve de la percusión se inicia el último movimiento que todavía deja llegar los ecos o secuelas de esa región sombría por la que hemos transitado. De pronto retorna la fuerza de aquel pasaje veloz de frenética carrera.

Volverá también, más adelante la tristeza melancólica, como en ráfagas, con pasajes donde el chelo canta su lamento.

Y toda la obra concluye con las fanfarrias que anunciaba el segundo movimiento.

Culminaba de este modo la primera parte de un concierto memorable. La orquesta y su director supieron extraer de esta partitura toda la riqueza de ritmos, colores y emociones con la que un jovencísimo compositor daba muestras de su genio innegable. Volviendo al principio de este post, cuando la música llega así muestra su inmenso poder. Resulta difícil explicarlo con palabras pero es como si nuestro interior se expandiera. De nuevo acudo al poeta agustino que lo dice muy bien: “Aquí la alma navega/por un mar de dulzura, / y finalmente en él así se anega…”. Esta experiencia de cierta plenitud aligera el peso que a veces nos van dejando los días y nos convierte en degustadores de un gozo que uno no puede evitar transmitir. El aplauso es agradecimiento: gracias al maestro Prieto, a la Orquesta de RTVE y a la música de Shostakovich por estas dos horas de terremoto interior.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s